Calles sin alcohol: sobre la Ley de Tolerancia Cero

Lee la columna de  Valentina Rozas, nuestra coordinadora de Ciudadades Democráticas,  publicada hoy en El Mostrador

La reciente entrada en vigencia de la Ley de Tolerancia Cero al Alcohol ha suscitado una serie de reacciones en la opinión pública y editoriales de periódicos, pero más intrigantes aún, han sido las primeras proyecciones de consecuencias en nuestras ciudades. La escasez de taxis, la falta de transporte público nocturno y una fuerza centrífuga de descentralización que llevaría a una proliferación de lugares de esparcimiento para adultos en distintos barrios de nuestras ciudades, son sólo algunas de las potenciales manifestaciones urbanas de esta ley.

Aunque parezca sorprendente, las ciudades y el alcohol tienen una larga tradición de comunión. En 1751 el artista inglés William Hogarth representaba en dos serigrafías las bondades de la Calle de la Cerveza en contraposición con la depravación de la Avenida del Gin. La Calle de la Cerveza próspera, limpia, con ciudadanos felices, bohemios y saludables se presenta como el ejemplo a seguir; mientras que la Avenida del Gin se muestra poblada por ciudadanos enfermos, harapientos, niños abandonados junto a escenas de peleas y violaciones. Según Hogarth, las ciudades inglesas serían más prosperas y sus habitantes más felices si bebían cerveza y se alejaban del gin. En 1961, Jane Jacobs, una periodista canadiense radicada en Nueva York identificaba la seguridad de su propio barrio con la presencia del clásico “bar de la esquina”. Para Jacobs el bar permitía animar su calle las 24 horas del día, lo que a su vez aumentaba la presencia de ciudadanos en el espacio público y la seguridad. En ambos casos, el alcohol no es una fuente de peligro para la ciudad, sino, en su justa medida —punto que expone elocuentemente Hogarth—, un elemento benéfico para el resguardo y cohesión de sus comunidades.

El esparcimiento es un uso central de nuestros espacios públicos: calles, parques y plazas se diseñan con ese fin. Es así como la discusión acerca del consumo de alcohol insinua el derecho a la fiesta, fiesta que necesariamente es comunitaria, colectiva, e implica, por tanto, la movilidad de un punto a otro dentro de la ciudad. La nueva Ley de Tolerancia Cero supone una restricción a esa movilidad, sin duda por la seguridad de todos aquellos que transitamos a pie o mecanizadamente. Sin embargo, también aquí la realidad se presenta de forma desigual, afectando más, a aquellos que tienen menos.

El mercado del suelo y la distribución de amenidades en nuestro territorio, se combinan de manera que las zonas centrales y de alta renta concentran tanto los hogares como los servicios de esparcimiento más atractivos. Como ejemplo, en la ciudad de Santiago los locales nocturnos más visitados convergen sobre el eje de Providencia; Bellavista; en los barrios Bellas Artes y Brasil; Avenidas Vitacura y Las Condes, así como el circuito entorno a la Plaza Ñuñoa. Aquellos imposibilitados de pagar arriendos en estas zonas se ven forzados a vivir en la periferia y trasladarse a costo propio hacia ellas. En principio, es el mismo problema que aqueja a quienes han decidido retirarse a las periferias acomodadas como Chicureo o La Dehesa, sin embargo, la dependencia de los primeros del deficiente transporte público se resuelve por el transporte privado en el caso de los segundos, sin duda, los más alarmados por la posible escasez de taxis.

Sin entrar en la discusión acerca de la capacidad de fiscalización de la nueva ley, hay al menos tres consecuencias que podrían cambiar la cara de nuestras ciudades. En primer lugar, el transporte público podría recibir un nuevo impulso ciudadano para extender su cobertura espacial y horaria. Segundo: la ya anunciada aparición de nuevos locales de esparcimiento de escala barrial en las periferias residenciales, incluso en algunos casos formando subcentros nocturnos como el de la Plaza San Enrique en Lo Barnechea. Por último, la nueva ley puede identificarse con el impulso de densificación derivado de la preferencia de cada vez más personas por vivir en zonas centrales y pericentrale con el fin de usar medios de transporte alternativos, a pie o en bicicleta, para llegar a los lugares de esparcimiento.

Verificar cuál de estas tres consecuencias, o combinaciones de ellas, sea capaz de transformar nuestras urbes es cosa de tiempo. Sin embargo, la Ley de Tolerancia Cero al Alcohol es un ejemplo del potencial que tienen normativas externas al ámbito urbano para transformar las ciudades, un potencial hasta ahora no considerado por una política pública y desaprovechado por urbanistas y arquitectos.

Esta columna fue publicado en El Mostrador

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