*Columna* | El espacio para la duda y por ende para la apuesta

Desde el 18 de octubre el pueblo Chileno movilizado abrió una puerta de cambio en la historia de nuestro país. Impugnó el modelo económico, la institucionalidad política, ocupó todos los espacios posibles para la protesta, haciendo líquido todo lo que en algún momento parecía sólido, y destituyó la legitimada de todo lo que tuviese algún aire de cercanía del poder. Aún no sabemos si el Presidente terminará su periodo o en qué condiciones terminará la derecha. El futuro está abierto, lleno de incertidumbre y lleno de oportunidades.

Sin embargo, después de la tempestad la ola se repliega, y solo quedan en pie las organizaciones que logran aglutinar y movilizar el malestar y la esperanza. No podemos seguir contando eternamente con que sea la simple espontaneidad de las movilizaciones la que empuje los cambios. Debemos preguntarnos qué rol debemos cumplir las fuerzas sociales y políticas que somos antineoliberales y democráticas. Estamos frente a una ventana en la historia que se nos puede cerrar. El escenario político está extraordinariamente líquido, lo que nos puede permitir no solo consolidar transformaciones en el proceso constituyente, sino que también visualizar un nuevo proyecto de país.

El acuerdo que firmamos los partidos políticos el 25 de noviembre, si bien abre un proceso constituyente, no nos debe hacer perder el foco de la discusión de fondo: el modelo económico y el rearme político de los sectores subalternos. La derecha está más tensionada que en toda su historia política, y en cambio, desde nuestra vereda, nos encontramos con la posibilidad de constituir un bloque histórico que encabece un proyecto de mayorías hacia un ordenamiento legítimo para nuestro país. Pero para eso se requiere una disposición de audacia y generosidad, cosas que a la izquierda y sus organizaciones muchas veces nos cuesta alcanzar.

En este sentido, el proceso constituyente abre un espacio de profunda creatividad política, las fuerzas organizadas no tenemos que perdernos respecto al debate que la ciudadanía sí manifestó con mucha fuerza de la mano con el cambio constitucional: el cambio de modelo económico. Debemos centrar gran parte de nuestro esfuerzo en la construcción de un programa económico sólido, que no parte de la nada, pero si debe responder al menos a (1) cómo enfrentar la desigualdad y la concentración de la riqueza, a través de un sistema de redistribución que se haga cargo de fenómenos como los paraísos fiscales y donde el poder político tenga algo que decir sobre el poder económico; (2) cómo enfrentar la crisis climática, que tome medidas de mitigación, además de un fuerte énfasis en la adaptación, considerando que  somos una zona de sacrificio mundial y la crisis hídrica que hoy vivimos es solo el principio; y por último, tal como ha sido instalado por el feminismo, (3) una economía de cuidados a las personas, que se contraponga a aquella que maximiza utilidades a costa de las personas, su bienestar y sus derechos. Es decir, una economía que garantice derechos sociales, pensiones, salud, educación, y no privatice esas responsabilidades, que finalmente llegan a la familia, donde principalmente recaen en las mujeres.

Por otro lado, los partidos políticos hoy están bajo lupa, y han sido en su mayoría destituidos del espíritu de la movilización, por su incapacidad de encarnarlo. Hay autocríticas que hacerse por diversas cosas, pero una de las centrales es que hoy la gente quiere ser protagonista, quiere deliberar sobre su devenir, quiere reclamar su soberanía. Esa participación que en su momento fue uno de los espíritus del Frente Amplio es una de las sendas que deberíamos apostar por volver a retomar en serio. Es la militancia y activistas de base los que no tiene incentivos profesionales ni vinculación directa con las instituciones que queremos transformar. Son ellos los que marcaron el arrepentimiento de la ley anti saqueos y los que muchas veces incomodan a sus representantes y voceros, pero los que dan carne y vida al proyecto de transformación. Si tenemos alguna pretensión seria de ser una fuerza que gobierne y transforme, este carácter no se puede perder y debemos apostar por una coalición de participación eficaz.

Por último, si bien lo anterior son algunos énfasis y certidumbres, aquí me permito una gran duda: estamos frente a la posibilidad de la constitución del un bloque histórico de transformaciones en Chile. El proceso que enfrentamos será lo suficientemente fuerte para lograr parir ese actor. ¿Con quiénes debemos apostar a construir esa unidad en torno al programa económico? Muchas veces esta pregunta se aborda desde grandes eslóganes y poca profundidad, un todos contra la derecha hoy no basta, pero tampoco una alianza pequeña, sin ambiciones de ser mayoría política y social. También a veces se construyen diferencias artificiales, pues muchas alianzas a veces pasan por relaciones personales, algo siempre presente en la política y que no debemos desconocer. Creo que esta pregunta se debe abordar con mucha audacia, queriendo menos a nuestra organizaciones y queriendo más los cambios profundos para nuestro país. No perdamos de vista que quienes quieren conservar el orden actual están organizados y que la ventana que el pueblo Chileno abrió, se puede cerrar, con la misma rapidez que con la que se abrió.

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