Críticas al “Otro Modelo” , desde el lado izquierdo

Se han publicado algunos comentarios al libro “El Otro Modelo” de Atria, Benavente, Couso, Joignant y Larraín, los cuales parecen ser motivados principalmente por la celebración de los cercanos o la indignación desde la derecha. Quisiera hacer algunas críticas puntuales, entendiendo al libro en cuestión como una palabra, lanzada a la esfera pública por los autores, cuyo fin es ser un paso más en una discusión en curso. Las observaciones a continuación parten de la base de que existe una construcción en desarrollo, acelerada desde el 2011, de la cual muchos somos parte, independiente de si somos o no capaces hoy de marchar detrás de la misma bandera (llámese partido, coalición o pacto). Mis críticas buscan, en resumen, hablar desde la izquierda, porque creo que hay discusiones importantes que dar en nuestra vereda compartida frente a las ideas del “Otro Modelo”.
Antes que pasar a la crítica hay que decir lo bueno: no sería justo omitirlo. Se trata de un valeroso intento por solidificar lo que parece disperso. En particular Fernando Atria es uno de los intelectuales que ayudaron directamente al movimiento del 2011 a enfrentarse a las ideas de su época, en un proceso que recién comienza. Es interesante ver sus ideas dialogando con otros académicos y asesores del mundo concertacionista. Oportuno intentar aportar contenido para aquello que se quiere cambiar, que es el modelo, respecto del cual sólo hay algunas recetas sectoriales pero escasea una propuesta integradora y coherente.
La primera crítica es la más grave y clara: parece que para losautores el centralismo y la concentración territorial del poder político no es un problema. La propuesta del “Otro Modelo” no incorpora la regionalización de Chile como centro del debate sobre la distribución del poder político en el nuevo proyecto. Más allá de lo extraño de la omisión, cuando explícitamente se reconoce a este último como uno de los asuntos a tratar, lo que me parece grave es el error de diagnóstico dentro de las reglas del juego que los propios autores declaran. Buscan tender puentes entre la conquista del Estado y las expresiones que ejemplifica la movilización social, pero omiten la claridad del grito de Calama, Punta de Choros, Freirina, Aysén, Punta Arenas y hoy Tocopilla. Las alianzas Estado-gremios-ciudadanía a nivel local está superando los ordenamientos políticos nacionales, y expresándose con una claridad tan fuerte como el movimiento estudiantil y el de oposición a Hidroaysén del 2011, que los autores parecen no ver. Incluso mencionan algunos de estos casos pero no los vinculan con el problema de la regionalización.
La segunda crítica es relacionada con lo anterior. El conflicto chileno-mapuche es sólo mencionado como un problema de inclusión de minorías étnicas, y no como una redefinición de la soberanía y del carácter plurinacional de nuestro Estado. Creo que nuestro sentido común, en las calles, en nuestra conciencia amplificada los últimos años, avanza bastante más que el entendimiento de los autores. Estas dos primeras observaciones prenden una alarma sobre el sesgo centralista, santiaguino y criollo de Atria et al. en su entendimiento sobre el problema de la soberanía popular.
En tercer lugar, es preciso criticar el susto que exhibe el libro referente a las detracciones de fondo a la democracia representativa. Explica este fenómeno como producto de los candados institucionales de Jaime Guzmán, y reconoce la deslegitimación de los sistemas democráticos como un fenómeno mundial sin alternativas probadas para su remedio. Se omite completamente el carácter tecnológico de la democracia, en el sentido de las votaciones como un artefacto de transferencia de poder, que puede ser revisado. En mi opinión, los cambios de modo, velocidad, dirección que imprimen las TICs a la vida social y política no son la panacea, pero si es obvio que ponen una presión para modernizar los artefactos y ritmos de la política. Ejemplos concretos de experimentalismo en curso son las experiencias de la “Democracia Líquida” en Alemania, o el proceso constituyente en Islandia. Hay claramente falta de certezas y resultados todavía dudosos, pero un nuevo modelo debe tener, ante todo, contenido de futuro más que elogios conservadores al pasado. Por otro lado, existen múltiples experiencias que muestran que la democracia directa y la representativa no son incompatibles, sino que pueden convivir no para destruir el rol de los representantes, sino para reconstruir la confianza en ellos, limitando espacios riesgosos de delegación dudosa de decisiones. Esto debiera ser abordado más que negado, pero los autores exhiben cierto miedo (incluso rabia) hacia la democracia directa, que para los que vivimos la cultura propia del movimiento social chileno de la actualidad, resulta divertida.
La cuarta crítica apunta a la excesiva representación del Estado y el mercado como prácticamente los únicos espacios en disputa. Los autores tienden a contraponer lo público y lo privado, omitiendo conceptos como lo “común” u otras formas de definición de la propiedad que son parte actual de nuestra vida, en materia de conocimiento, recursos naturales, y actividades productivas. Adicionalmente, constantemente se repudia la “negociación” y a los “grupos de interés”. En contraste, la sociedad civil apenas existe en el imaginario del libro: no se le asigna un rol en el nuevo modelo democrático o productivo. Apenas los sindicatos aparecen mencionados, casi como una nostalgia del pasado. En mi opinión, esto implica no reconocer que las “reglas del juego” están en permanente disputa y que la organización de los grupos de interés debe ser regulada a través de leyes para el lobby, pero también promovida para construir poder entre los sectores populares, los trabajadores, los profesionales, los territorios. Renunciar a pensar el rol de la sociedad civil, y solo pensar en Estado/mercado implica ceder terreno frente a la retórica y práctica política de los “cuerpos intermedios” del gremialismo. Pareciera que faltara la memoria del socialcristianismo frente a las juntas de vecinos de Frei, y del socialismo respecto de los sindicatos, uniones, asociaciones y gremios que son parte de su historia antigua. La “ciudadanía” parece quedar definida por derechos políticos, económicos y sociales, y por una relación de los “ciudadanos” con sus pares y el estado, pero no aparece la activación y organización de ésta para conformar otro tejido socio-productivo que soporte el nuevo modelo.
Finalmente, la quinta crítica apunta a su contenido normativo que permanentemente denosta al individualismo, contraponiéndolo al interés general. Si bien todos quienes ejercemos la crítica al neoliberalismo incluimos en ella el uso que éste hace del individualismo, queda una sensación en el libro de volver a la contraposición entre lo individual y lo social (asimilado a lo público, que a su vez queda recluido en el Estado) típica de la izquierda y el socialcristianismo de los años 60, época que muchos miran con nostalgia. Aquí mi postura es similar al criterio sobre los “cuerpos intermedios” del gremialismo: la izquierda no puede regalarle al neoliberalismo la promesa que “el modelo” hace al individuo. Han pasado décadas en las que la hegemonía neoliberal construyó una caricatura de la contraposición del individualismo con un supuesto estatismo. Por otro lado, el Estado es hoy algo que los ciudadanos no consideran completamente legítimo, sino lleno de enclaves autoritarios, afectado por la corrupción, y casi completamente carente de credibilidad. Lo social como estatal no es hoy una alternativa para plantear un relato solidario que enfrente al individualismo neoliberal.
En esto último estoy con Roberto Mangabeira Unger en su tesis del “Despertar del Individuo” y “La Alternativa de la Izquierda”. Insisto, la izquierda no puede regalarle el discurso sobre el individuo a la derecha, menos cuando “los del 2011”, esa generación que demográficamente será la más numerosa en la historia de Chile, somos hijos del neoliberalismo. El discurso moralista anti-individualismo, oponiendo valores de lo público sin un recipiente concreto que señale un camino válido y creíble, es un riesgo de abandonar el motor actual de la rebeldía, que es lo que Norbert Lechner llamó el “deseo de ser sujeto”. Lechner nos enseñó que así como la modernidad y los proyectos de la izquierda antigua buscaban que el hombre superara a la naturaleza, en la actualidad los individuos, sin dejar de lado su proceso personal, propio e individual, son empujados por su deseo de ser sujetos a luchar contra la naturalización de lo social, es decir, hacia lo político y colectivo.
La promesa a los individuos debe ser clara, atractiva. No podremos superar el neoliberalismo, como dice Pepe Mujica, sin cambiar la cabeza, y eso se construye a nivel colectivo e individual. Los individuos son el motor, y no el enemigo, de un nuevo proyecto de izquierda. Debiésemos, entonces, escuchar las voces que hablan con sabiduría a la construcción de mayorías de izquierda en América Latina. Tema, éste último, de cómo vernos en el mundo como latinoamericanos, que también debiese tener más relevancia en un “Otro Modelo”.
NICOLÁS VALENZUELA LEVI
Arquitecto y Magister en Desarrollo Urbano. Secretario Comunal de Planificación de Providencia. Miembro de Revolución Democrática.
Fuente: www.elmostrador.cl

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