*Editorial:* Frente a un gobierno que vive de las incertidumbres, el desafío es construir certezas

La aprobación presidencial del gobierno de Sebastián Piñera está cerca del 30%, la cifra más baja desde que se inició este mandato en marzo de 2018. Según un estudio de Ciudadanía Inteligente, el gobierno cumplió nueve de las 59 promesas de la Cuenta Pública 2018, y entre las áreas con menor avance están Pueblos Indígenas, Justicia, Derechos Humanos, Vivienda y Urbanismo. Para el gobierno de los “tiempos mejores”, del empleo, de los niños primero, de la inversión, el nivel de cumplimiento está incluso por debajo de las propias expectativas de su gestión.  

El 2018 inició el período de un gobierno que evadía la cancha legislativa para instalar por vía administrativa y una fuerte gestión de prensa, los pilares de su visión neoliberal y restrictiva del estado. Evidentemente ante la desventaja en ambas cámaras, el Ejecutivo no perdió el tiempo e inició el diálogo vía negociación con fuerzas políticas desintegradas al interior de la oposición, lo que le ha permitido, a la fecha, avanzar en proyectos emblemáticos que finalmente son ingresados al Congreso días o semanas después de la pirotecnia mediática que los rodeó. Por otro lado, el carácter regresivo de proyectos pilares como Tributaria, Pensiones, Gratuidad, Admisión Justa, Reforma de Salud, apuntan a retroceder en la conversación político-técnica y social que se ha tenido a nivel país en los últimos años, volviendo al añejo discurso del estado subsidiario, la privatización de los derechos sociales y la precarización de la vida como principios guía de la política pública.

La gestión del gobierno se ha caracterizado por su incoherencia política y discursiva: mientras hablan de Admisión Justa, segregan; mientras ponen a “los niños primero”, excluyen a los menos favorecidos; mientras se refieren a la clase media, legislan para los súper ricos; mientras prometen empleo, baja la productividad.

El gobierno se sostiene sobre un presidente con múltiples conflictos de interés, sin embargo, sorprende la astucia en la gestión mediática para la creación de ciertas significaciones. Proyectos, por ejemplo en materia educacional, como “Admisión Justa” o “Aula Segura” no hacen más que aludir a dos conceptos que hacen mucho sentido a la ciudadanía: justicia y seguridad. La pregunta de cómo podríamos estar en contra de tales principios básicos para nuestra democracia, debe traducirse en cómo disputarle al gobierno estos sentidos comunes. Debemos ser capaces de revertir mensajes instalados y construir realidades desde nuestra propia vereda. Fuimos capaces de transformar el sentido común de la educación o la vejez como algo sujeto a los vaivenes del mercado. Tenemos que volver a convencer a los chilenos y chilenas de que la competencia y la desconfianza no son la receta para una mejor sociedad.

La promesa del gobierno en su programa fue duplicar la capacidad de crear nuevos empleos y su meta es tener 9 millones de personas empleadas hacia finales del mandato. Sin embargo, todavía faltan más de 500 mil ocupados para cumplir la meta. El crecimiento está estancado. El gobierno de Piñera tiene a Chile con una fuerte desaceleración económica de 1,6% este último trimestre. Como si eso fuese poco, la inestabilidad macroeconómica siempre tiene un sesgo regresivo, pues los trabajadores más vulnerables y las pymes son los más afectados.

Frente a este contexto de incertidumbre, desconfianza y miedo, debemos ser capaces de entregar respuestas. El escenario está abierto y tengámoslo siempre presente: existe casi un 50% de personas que hoy no votan en nuestro país, casi un 70% que rechaza la gestión de Sebastián Piñera ¿Les estamos hablando a esas personas?

Tenemos que apostar por esos proyectos que hacen sentido en las chilenas y chilenos. Que dan confianza y entregan esperanza. Hablo de proyectos como la rebaja a la dieta parlamentaria o la discusión de las 40 horas. Pero también creo que debemos doblar la apuesta: revertir la promesa histórica de la derecha y hacerla nuestra. Un partido que no se conforma y sale a disputar las falsas promesas del gobierno en seguridad, en empleo y desarrollo. La promesa neoliberal fracasó, y es nuestra responsabilidad ofrecer una alternativa que mejore la vida cotidiana de las personas. ¿Cómo imaginamos el futuro? ¿Cuáles serán los trabajos más comunes? ¿Cómo influirá la automatización en el desarrollo de nuestras sociedades? ¿Qué oficios y profesiones debemos fomentar? ¿Dónde ponemos el centro de la inversión pública? Tenemos la oportunidad y la responsabilidad de ofrecer certezas y seguridades en el futuro de nuestra gente. Desde Revolución Democrática tenemos el desafío de empezar a entregar estas respuestas, no con soberbia, pero sí con osadía y convicción.

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