El malestar: ¿error de diagnóstico?

“Me atrevo a dar un paso más y afirmar el siguiente nexo: las dificultades que encuentra el ciudadano común para visualizar los cambios como algo suyo, radicarían en las dificultades de percibirse como parte de un sujeto colectivo. Por lo visto, sólo parte de los chilenos siente que son ellos –por medio de la democracia– quienes gobiernan el rumbo del país. Y esa tendencia a no reconocerse en un Nosotros ciudadano restringe el arraigo de la democracia chilena” (Norbert Lechner, 2002).


Diversos dirigentes políticos y analistas reputados de la plaza, en especial aquellos que reivindican el accionar de sí mismos o de sus cercanos en los largos años de la Concertación, están sosteniendo que los problemas de gestión política que ha enfrentado el segundo gobierno de Michelle Bachelet se deben a un excesivo ímpetu reformista, al “frenesí legislativo” y al “progresismo infantil” de dirigentes que cayeron en un “error de diagnóstico” en la confección programática del segundo gobierno de Bachelet al escuchar mucho a la calle y poco al sentir profundo de Chile, que es moderado y que quiere cambios, pero graduales, muy graduales. ¿Es esto tan así? ¿En qué basan sus afirmaciones?
Estos adalides de la prudencia y los matices enarbolan los resultados de encuestas que sirven de soporte a sus peregrinas tesis, las que han venido mostrando una baja en el apoyo ciudadano a las reformas impulsadas por el gobierno, en especial a la reforma educacional.
Paralelamente, actores con intereses creados, que se ven afectados con la reforma, construyen campañas comunicacionales a partir de datos como que el 70% de los colegios particulares subvencionados cerrará si la reforma no se cambia, apelando al miedo al cierre de colegios y buscando reforzar la autoafirmación identitaria de una clase media neoliberalizada que cree en la “libertad” de pagar por los derechos sociales.
Claramente, su intencionalidad es política en el primer caso y de defensa corporativa en el segundo. A ambos no les gusta el arreglo de poder de la coalición en el Gobierno ni la pérdida de su rol de garantes de la estabilidad en este “nuevo ciclo”. Tampoco quieren que muchas cosas cambien porque “no sabremos dónde pararán”, “quieren cambiarlo todo” y, sobre todo un gran, “qué se han creído”, si al final el país es de nosotros y nuestros amigos.
Quieren que a la idea de “nuevo ciclo” le pase lo mismo que a la idea de “nueva derecha”, que fracase y que esa ineficacia política demuestre su debilidad a la hora de dar la tan ansiada gobernabilidad que el país requiere, en especial para los negocios del gran empresariado. Gobernabilidad que necesita el desarrollo y donde ellos y sus asesores son expertos.
Por suerte las ciencias sociales no se reducen a leer datos de encuestas puntuales para comprender las subjetividades de la ciudadanía, sino que buscan interpretar lo social con dispositivos teóricos, metodológicos y empíricos bastante más sofisticados que las encuestas de opinión. Los chilenos contamos con el legado de Norbert Lechner, quien hasta su repentina muerte en 2004, fue uno de los analistas más sugerentes y prolíficos en el entendimiento del presente y de las subjetividades que nos conforman y que tuvo uno de sus puntos más altos en la obra desplegada desde el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Desde 1998 los reportes del desarrollo humano en Chile han mostrado las luces y sombras del proceso modernizador, los avances y las brechas en la comprensión que la sociedad hace de sí misma y el profundo malestar ciudadano con la política y el modo de hacer sociedad que torna necesario un nuevo ciclo de reformas, de profundas reformas, que vuelvan a construir un lazo entre lo público y lo subjetivo, una nueva relación entre el ciudadano y la política.
Para Lechner el buen gobierno nunca puede dejar a un lado la construcción subjetiva del Nosotros, poniendo el énfasis en la relación entre inspiración democrática y eficacia gubernamental. La política que es capaz de cambiar la vida de las personas para bien sería aquella que logra inspirar (dar sentido) y lograr (dar respuesta), que la política “inspirada” y no “eficaz” es fuente de populismo y que la política “eficaz” y no “inspirada” es una tecnocracia que mantiene a la ciudadanía alejada de lo público y lo político, sumida en su experiencia cotidiana más familiar, la del consumo y el imaginario neoliberal de la falsa autonomía como capacidad de comprar, libertad negativa, “libertad” de elegir.
Lechner insistía, una y otra vez, que la labor del político era la del cambio cultural, esto es, la de la construcción del futuro y que para eso debía alejarse de la dictadura del presente, poner las cosas en perspectiva y tratar de leer “los silencios y murmullos de la calle”¹.
La ciencia social bien hecha es la que está sustentando la necesidad de los cambios y no tres o cuatro encuestas hechas más por intencionalidad que por genuino afán de comprender lo que callan los titulares y ocultan las estridencias de la política-espectáculo.
Más decisión y orden en producir buen gobierno a lo Lechner vendría muy bien, pero no para volver al pasado sino para construir un mejor futuro. Inspiración y eficacia política, sentido de proyecto y logros tangibles; hay un profundo anhelo insatisfecho en la sociedad con la democracia y aún es tiempo de abrir un nuevo ciclo de desarrollo humano para Chile.
¹ Rojas, Eduardo (2008). Los murmullos y silencios de la calle. Los socialistas chilenos y Michelle Bachelet. Buenos Aires: Editorial UNSAM.
SEBASTIÁN DEPOLO
Sociólogo. Militante de Revolución Democrática
Fuente: www.elmostrador.cl
 

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