La revolución chilena, como expresión de la historicidad

En este momento de decante natural, reflujo social y re estructuración del escenario colectivo que comprende a la sociedad del Chile de fines del siglo XX y comienzos del XXI; vale la pena preguntarse  ¿qué es lo que realmente ha cambiado?… ¡Los medios!, ya que los fines, cíclicamente –a nivel mundial y nacional-, han sido los mismos.
Por Andrés Dibán Dinamarca, Miembro activo de Revolución Democrática
La historia es cíclica y vivimos una revolución permanente. Esta frase podríamos acuñarla como uno más de los clichés que nos han dicho o hemos escuchado a lo largo de nuestras vidas, sin embargo vale la pena mencionarla, ya que se ha demostrado que los sucesos humanos y las experiencias colectivas que trazan los rumbos de las sociedades -cual dejavú- van repitiendo errores, aciertos, diagnósticos, soluciones, hechos y procesos; una, otra y otra vez. Pero entonces ¿qué es lo que diferencia a un instante de otro? ¿Cuál es el grado de convergencia o divergencia entre lo que se piensa y se hace, en un pasado lejano y el presente que habitamos? ¿Es que acaso los fondos que nos movilizan son cíclicamente los mismos y únicamente la manera en que los expresamos es la que cambia?
Todas estas interrogantes, creo que podemos responderlas entendiendo primeramente el factor común denominador de todas ellas: el ser humano. Ahora bien, no vamos a analizar al ser desde su biología, creencias personales o filosofía de vivir, sino más bien nos centraremos en su pensamiento político y los límites que lo definen per sé.
A lo largo de la historia y desde que el hombre es hombre, se ha dado una lucha que hasta el día de hoy no tiene una solución que satisfaga completamente a los actores que la encarnan y ella tiene que ver con la incesante contraposición entre la expresión política conservadora y la liberal. Ambas son corrientes matrices que van definiendo la naturaleza del ser humano, su percepción, óptica de la realidad y las acciones que va acometiendo en vida, no obstante es el principal derrotero que confronta a los habitantes del espacio social, desde la propia naturaleza del ser y su componente del poder y el control sobre otros. A nivel mundial y en un momento determinado, fue el imperialismo que con más fuerza quiso ejercer Roma entre los siglos II a.c. y V d.c., como máxima de expansión territorial y dominación del mundo conocido; luego fue el yugo ejercido por la iglesia católica en entre los siglos V y XVIII, la cual guiaba y enjuiciaba la vida de los hombres y las mujeres, bajo un paradigma ecléctico-totalitario que dominó el mundo medieval y moderno; hasta la sociedad contemporánea de los siglos XIX y XX, con el dinero como fuente de dominación de las relaciones humanas y su sentido máximo de control desde la élite social imperante.
En Chile (paradójicamente no siendo Chile aún) lo pudimos apreciar desde mediados del siglo XVI y el aplastante mecanismo de “conquista” del actual territorio patrio, hasta los bríos emancipatorios, reivindicativos y revolucionarios que hombres y mujeres libres emprendieron contra el autoritarismo expresado por la alta burguesía nacional, de mediados y fines del siglo XIX.El común denominador –y que contiene el triunvirato institucional de la guerra, la iglesia y el dinero, enmarcado y amparado por el sistema político- que ha definido y normado todos estos ejercicios de dominación, es el cíclico conservadurismo que un pequeño sector social ha hecho carne y constantemente ha atropellado al restante y vasto sector liberal, que ha clamado por justicia, equidad y armonía colectiva para una vida mejor.
En nuestra historia republicana, largas e incesantes luchas son botón de muestra de todo ello, desde el conflicto social y político protagonizado por liberales y conservadores (pipiolos y pelucones, respectivamente) en la disputa del gobierno y el devenir del Chile de mediados y fines de 1800, transitando por el régimen parlamentario que tuvo que hacerse cargo de la crisis minera, las demandas laborales y la cuestión social en los albores del siglo pasado y llegando a los conflictos que se suscitaron en la sociedad contemporánea del siglo XX, donde las luchas sociales siguieron su cauce y evolución permanente, con el fortalecimiento de la democracia, el re-despertar de la clase obrero-campesina, la aparición de las mutuales, la gestación de la clase media y la reivindicación de las mayorías empobrecidas del territorio patrio. Sin embargo y nuevamente, cuando se va gestando un proceso en el que liberales (guiados por una consciencia crítica, que apela a la justicia y fraternidad universal) van logrando espacios de reivindicación social permanente, los sectores conservadores son los que terminan aplastando tales ansias, como lo fue en el fatídico golpe de estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973.
Los expertos dicen que los tránsitos históricos son lentos y que a su vez la historia debemos entenderla desde la retrospectiva permanente. Es por ello que hoy los desafíos son múltiples y responden a un momento de decante natural, reflujo social y re estructuración del escenario colectivo que comprende a la sociedad del Chile de fines del siglo XX y comienzos del XXI. Comprendiendo ello, vale la pena preguntarse entonces ¿qué es lo que realmente ha cambiado?… ¡los medios!, ya que los fines, cíclicamente –a nivel mundial y nacional-, han sido los mismos y en tanto ello ocurra, los desafíos transformadores y revolucionarios también lo serán.
Hoy, desde la izquierda (como antecedente y rol histórico) combatimos el modelo neoliberal y para ello debemos ser lo suficientemente maduros, reflexivos, conscientes y efectivos en apuntar hacia donde hay que hacerlo; no confundir formas con fondos y mucho peor, no buscar identidad inalterable y exclusividad en la lucha reivindicativa del poder liberal, sobre la hegemonía conservadora de la realidad histórica que se ha vivido, sino todo lo contrario, debemos abogar desde la humildad, entendiendo que estamos para servir una causa de larga data y que la historicidad enmarca en un devenir que por distintas razones desea volver a instalar una lucha que se ha interrumpido a lo largo del tiempo; desde el pasado reciente de la UP, que instalaba como máxima la vía democrática hacia el socialismo, pasando por la lucha popular que se libró para derrocar la dictadura de Augusto Pinochet y la transición a la democracia, en la cual se ha bregado por instalar la consumación de los derechos universales y la apertura a una verdadera vida en democracia.
¿Nuevos conceptos? ¿Distintos anhelos a los que buscó el hombre y la mujer del Chile del siglo XIX o XX? En ningún caso. Llegó la hora de despejar los fantasmas, entender el rol que jugamos en este nuevo contexto e histórico escenario de nunca acabar y actuar conforme a nuestras ideas, convicciones y aliados de combate, desde la calle que habitamos, hasta la institucionalidad que nos rige.
Fuente: www.elquintopoder.cl

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