Francisco Villarroel F.
Refundado en 1991 en una casona que otrora fuese un centro de detenciones de la CNI, el Museo de la Solidaridad Salvador Allende (MSSA) alberga nuevas lecturas de su notable colección. Y es que, habitualmente deslumbrados por muestras itinerantes que otros centros culturales o museos traen desde el extranjero, olvidamos que el MSSA posee una de las mejores colecciones de Latinoamérica, con obras de más de 1.300 artistas que, desde 1971, fueron realizando donaciones como gestos al primer gobierno socialista en Chile: el de Salvador Allende G.
En su última recomposición, la colección permanente pasa a ser exhibida bajo la rúbrica de Utopía y crisis; una aproximación a la noción de un horizonte político no alcanzado, quebrantado, intervenido o desvirtuado; una historia gráfica e ideológica de los pueblos, aquellos pensados en rebelión y posterior represión. Piezas de rompecabezas de Sohier, minutas sociológicas de Portillo o un homenaje refundacional a Clotario Blest por Jaar son, entre otras, eslabones del relato que este espacio nos ofrece. En sus distancias silenciosas, Utopía y crisis parece también deslizarnos una ironía: que toda lucha corre el riesgo de ser mera representación, salvo en la oportunidad de servir a los cambios culturales de la historia.
Surge una igual disonancia con respecto al otro cuerpo de exposiciones del MSSA, en particular con Multitud Marica, instalada en el segundo nivel. Ofreciendo un viaje desde el archivo y modificando la experiencia museal sumergiéndose en la oscuridad, la propuesta curatorial de Felipe Rivas San Martín y Francisco Godoy repasa distintas disidencias sexuales en latinoamérica, aprovechando la noción de “lo marica” para desdibujar los paradigmas normalizantes de la inscripción institucional artística.
Con ello, el MSSA genera una entrada a distintos modos de pensar la relación del arte y la política, en un escenario de contingencias fluctuantes y disputas nunca resueltas.
