Yo marcho, ¿tú?

Hace un tiempo se ha instalado en nuestra ciudad una pugna impresionante que poco a poco ha ganado mi atención y respeto. Un grupo económico de nuestro país ha decidido, para ahorrarse unos cuantos millones de pesos, instalar en medio de nuestra ciudad un galpón para llenarlo con concentrado de cobre. Seguro de su acción y con la certeza de que el antofagastino común seguirá dormido, no sólo lo ha hecho sin meditar sus acciones, sino también con un osado descaro: ha construido un feo galpón lo más grande y visible posible.
Es como si con premeditada sorna estuviese desafiándonos a todos nosotros diciéndonos: “tengo el dinero, hago lo que quiero”.
Han sido unos pocos valientes lo que han levantado su voz para oponerse. Unos pocos ciudadanos de todos los colores políticos, credos e ideologías, quienes han dejado sus diferencias por un bien mayor. Muchos otros  han querido sumarse, pero no han podido. Mal que mal este mismo grupo económico financia algunas feria culturales, más de algún equipo deportivo y más de algunas fiestas navideñas y festivales varios. Sin embargo, esos pocos que han levantado su voz, han logrado lo imposible: detener esa fea construcción.
Por el momento.
Y digo por el momento porque la lucha no ha terminado, todo lo contrario se ha agudizado mucho más  aún. Ellos se jactan de los más de  cuatro mil millones de dólares que implican su negocios “para el país” y con ello presionarán más y más a nuestras autoridades con  connotados equipos de asesores comunicacionales o más de algún despacho de ilustres abogados de la “capital”, que vendrán a darnos clases de derecho y de economía.
Es la vieja lucha del más débil contra el fuerte, de “David contra Goliat”. Por un lado la enorme fortuna de quienes se han enriquecido a costa de nuestra salud, mientras que por el otro, un puñado de voluntades que no poseen más que su ingenio.
Somos Antofagasta, somos una ciudad que vive al alero de la minería y que por lo mismo sufre las consecuencias de la misma. A todos nos achacan lo de vivir en al ciudad más rica de Chile, sin embargo pocos saben del precio que hemos pagado por ello: ¿No parece extraño que en nuestra ciudad la tasa de Cáncer Broncopulmonar sea tres veces más alta que en otras ciudades? Un tipo de cáncer que se explica por la presencia de arsénico en nuestro medio ambiente. ¿No causa alarma que la estadística indica que los trastornos del espectro autista (TEA) son altos en Antofagasta, situación que se presume por la existencia de altos contenidos de metales pesados, tales como plomo y mercurio? ¿No es alarmante que en nuestra ciudad las tasas de mortalidad por cáncer sean las más altas? ¿Qué más necesitamos saber para despertar del infantilismo y proteger lo que es nuestro?
Vivimos en una ciudad contaminada, que altera a nuestros hijos, que presenta graves antecedentes que podrían afectar a tus nietos y bisnietos, y aún así seguimos en silencio viendo como otros se atreven a luchar.
Luego aparece en nuestro puerto, en pleno centro de la ciudad, un gigantesco galpón que sin ninguna consideración hacia quienes vivimos acá, se nos impone bajo la excusa de que son 4.500 millones de dólares invertidos para exportar el concentrado de cobre por nuestra ciudad. Concentrado que generaría a la larga un mayor foco de contaminación para nuestra ciudad, con consecuencias aún más graves de las antes mencionadas.
Creo que ya el daño ha sido suficiente y que estas acciones que ocurren a nuestro alrededor, ya no sólo afectan a unos pocos, sino que constituyen un modo de actuar, por parte de  los grandes grupos económicos, por sobre nuestra ciudad. No es algo que afecte a  algunos, sino a todos, pues cada uno ha de sentir a su ciudad como parte de su hogar y actuar por proteger la propia dignidad.
Es por eso, que cuando me enteré de esta situación por parte de uno de los pocos que se ha alzado en contra, sentí que no podía quedar indiferente. Creo que en algunas ocasiones la vida nos pone a prueba y nos obliga a tomar luchas que son riesgosas pero que valen la pena, porque lo que en definitiva se juega es algo muy valioso: la vida de nuestros seres queridos.
Quiero que me entiendas bien, soy un tipo muy cómodo, no tengo nada especial ni mejor que tú, me gusta mi tranquilidad como a  nadie. Pero creo que entenderás que cuando toda la evidencia te demuestra que  estos señores están hipotecando la salud de tu hija, el bienestar de los niños, por unos cuantos millones de dólares, no te queda otra opción más que ponerte delante y con dignidad decir “no más, no a mis niños”. No hay dinero que valga el futuro de nuestros niños, el futuro de nuestras familias, el futuro de nuestra ciudad.
Ese galpón sigue ahí, pues es el símbolo del poderoso que nos señala con arrogancia que aún no ha perdido. Por ello, hoy es necesario no sólo que yo salga a tratar de detenerlo, sino que tú también lo hagas. Así con tu voluntad, la mía y la de todos los que podamos juntar, deberemos dar, por una vez en la vida, la batalla por la cual merece la pena jugársela.
No te aseguro que será sencillo, ni que será heroico, ni siquiera puedo prometerte la victoria, pero sí estoy cierto que en el futuro podremos mirar a nuestros hijos a los ojos y decirles que hicimos lo imposible por sus vidas. Por eso desde hoy yo marcho, ¿tú?
 Ricardo Díaz,
miembro del Territorio de Antofagasta.

Otras noticias