*Editorial* | Mujeres, al silencio no volvemos nunca más

El 4 de marzo fue un día histórico. La aprobación de la paridad es una gran victoria para el movimiento feminista. En ningún otro país en el mundo una constitución ha tenido la posibilidad de ser escrita de forma paritaria, y los y las chilenas tendremos la oportunidad de hacerlo si la nueva constitución es escrita por una Convención Constitucional.  Esta cuestión de forma es crucial para que lo que emane de esa convención inaugure un pacto social representativo de los y las chilenas. La Paridad de Género en el órgano constituyente permitirá que la visión y experiencia de más de la mitad de este país pueda ser plasmada en la constitución. Las feministas hemos triunfado en la forma, y ahora, debemos disputar el fondo.

La nueva constitución inaugurará un nuevo país, una nueva forma de hacer política, y una nueva condición de vida para todas y todas. Esta nueva constitución debe, por lo tanto, remediar la exclusión y precarización de amplios sectores de la sociedad, efectuada por la constitución del dictador. Ésta constitución tiene un principio fundamental: el principio de subsidiariedad. En el caso chileno, lo que esto quiere decir, es que nuestra constitución le da al Estado el rol de asegurar que los privados puedan hacer negocios con nuestros derechos. En ese sentido, en la salud resguarda que las personas puedan elegir entre programas privados o públicos, pero no asegura su efectivo acceso; en la educación prioriza que privados puedan abrir colegios, estableciendo así un sistema segregado en lugar de un sistema integrado; en las pensiones resguarda el sistema previsional actual, y un largo etcétera. En estos negocios que la constitución resguarda se nos despoja de nuestros derechos, y las mujeres somos las más afectadas: nuestras pensiones son más bajas, nuestra salud es más cara, nuestros trabajos son más flexibles o no remunerados, nuestra educación nos cría para cumplir nuestro rol de género, y así sucesivamente.

En nosotras se manifiesta el peor lado del principio de subsidiariedad, en nosotras se vuelve aún más evidente el abuso y desprotección que ésta permite. Una nueva constitución debe resguardar a aquellos grupos que han sido excluidos y precarizados. Por esto es que feministas no podemos restarnos de este proceso constituyente, no podemos marginarnos de esta disputa. Una constitución feminista, que realmente garantice los derechos de todos, y, especialmente, todas, es la que abrirá el cerrojo para que la dignidad se haga costumbre.

Vivimos la crisis del neoliberalismo,  sin entenderlo sólo como un sistema económico, sino un orden social institucionalizado, que abarca también aquellas relaciones y prácticas aparentemente “no económicas” que sirven de sustento de la economía oficial. Detrás de las instituciones formales de la economía – como el trabajo asalariado, la producción y el intercambio – se encuentran sus cimientos y condiciones de posibilidad: las familias, comunidades, la naturaleza, el trabajo doméstico no remunerado, etc., aspectos que siguen ejerciéndose como responsabilidades casi exclusivas de las mujeres. La pretensión de la constitución del ’80, de instaurar un neoliberalismo que abandonara al mercado cuestiones primordiales, convirtiendo instituciones que supuestamente deberían estar al servicio de la ciudadanía, en sirvientas  de los mercados, ha llevado a la crisis que vivimos hoy.

Las bajas pensiones que tenemos, guarda relación con esto. El deficiente acceso a salud guarda relación con esto. El que unos puedan acceder a educación de mayor calidad sólo porque su bolsillo pesa más, guarda relación con esto. Que las mujeres deban hacerse cargo de las labores de cuidado de forma invisibilizada y no remunerada guarda relación con esto. Los salarios bajos que mantienen a familias ahogadas en deudas y temiendo la llegada de cada fin de mes, guarda relación con esto. Las mujeres son las que se hacen cargo de la reproducción de la vida, no sólo en términos biológicos, sino que de los trabajos de crianza, de cuidado, de apoyo emocional, por nombrar algunos, que son fundamentales en la formación completa de una persona. El feminismo, por ende, busca precisamente que no seamos sólo nosotras las que nos hagamos cargo de estas labores, sino que sean asumidas como tareas colectivas y sociales, de las que todos y todas tenemos que formar parte.

Es por eso que una nueva constitución debe ser feminista. Necesitamos que sea una constitución que ponga en el centro la vida digna. Una constitución que haga que como sociedad asumamos colectivamente lo que esto quiere decir. Que asegure pensiones dignas para todas y todos, para que al momento de llegar a la vejez podamos vivir cómodamente. Que asegure una educación que realmente forme ciudadanos libres y autónomos, aportando en la erradicación de roles de género y que sea de calidad para todas y todos. Que asegure un acceso a la salud oportuno y eficaz. Que valorice, visibilice y socialice las labores domésticas y de cuidado que realizamos en mayoría las mujeres. Que asegure empleo digno para todas y todos. Y la lista continúa.

Es por eso que este 8 de marzo, día en que conmemoramos a la mujer trabajadora, saldremos a celebrar nuestro triunfo en la forma, pero también saldremos a manifestarnos una vez más; por la vida, la vida digna, la vida que como pueblo merecemos vivir, la vida que unos pocos nos han arrebatado. Este 8 de marzo, el poder constituyente feminista se tomará las calles, y demandaremos una constitución que nos permita realmente hacer todos los cambios que desde el 18 de octubre se han vuelto patentemente necesarios. La nueva constitución será feminista, y sólo así podrá garantizar y promover nuestros derechos, para que para todas, todos y todes la dignidad se haga costumbre. 

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