De lo políticamente incorrecto a lo políticamente diverso

“Colipatos piden chicha y chancho” titulaba el diario el clarín en abril de 1973, en alusión a una “rara” protesta por un pequeño grupo de colipatos de la plaza de armas. Cansados de los malos tratos de los carabineros, se envalentonaron y decidieron hacer una protesta en contra de la discriminación, las detenciones  injustas y los malos tratos que recibían de la policía.

Así, y con un supuesto permiso solicitado a la municipalidad y a las autoridades respectivas, marcharon al rededor de 25 homosexuales por los alrededores de plaza de armas en medio de burlas, miradas incrédulas y muchas de desprecio. Como muy bien relata El Che de los Gay, el movimiento surge desde la marginalidad y la exclusión, desde el borde más alejado de la institucionalidad, que unos meses más tarde sería cruel y horrorosamente destruida por el golpe de estado y la dictadura.
Han pasado 41 años desde la ya mítica “Primera Rebelión”, la institucionalidad y la democracia ha sido recuperadas, y del grupo de colipatos de la plaza de armas, hemos pasado a contar con organizaciones que han dado una tremenda lucha por los derechos de las personas de la diversidad sexual, lucha que en cierta medida se está concretando con alguno proyectos de ley en el congreso, líderes ante la opinión publica y voceros validos de las demandas LGBT ante los poderes del Estado.
Podríamos decir que hemos avanzado, pero hay un aspecto propio de la herencia de la dictadura del que las personas LGBT no hemos sido capaces de sacudirnos; la profunda despolitización y desconfianza en la institucionalidad.
Chile no se caracteriza primordialmente por ser un referente de participación ciudadana, la dictadura nos confinó hacia el espacio privado, a no manifestar nuestras incomodidades con un sistema tan fríamente diseñado que logró que incorporáramos en lo más profundo de nuestros desarrollo el gen de  la apatía, dejando el espacio de participación para ciertas elites que nada tiene que perder.
El vivir en un país discriminador, con discursos implícitos (y muchos explícitos) de odio hacia la diversidad sexual, nos hizo confinarnos en reductos casi secretos, cofradías clandestinas donde podíamos expresar nuestra identidad de género sin temor al rechazo y al temor, incluso, de nuestra integridad física. La invisibilización y ridiculización de la diversidad sexual en primera instancia, y luego la negación sistemática del acceso a los derechos que los ciudadanos heterosexuales tienen nos dejo otra mala lección; la desconfianza en nuestro propio sistema social.
Es complejo generar confianza en una nación cuando esta no es capaz de garantizar igualdad de derechos para todos sus ciudadanos y ciudadanas, es difícil querer participar en espacios políticos, cuando sus discursos son excluyentes e incluso sus representantes plantean sin reparos discursos discriminadores. Cuando hemos aprendido lo fácil y gratificante que es ser consumidor en vez de ciudadano, cuando el mercado ha sido en gran medida quien ha hecho lo posible por hacer sentir “igual” a las personas de la diversidad sexual. Cuando nos acostumbramos a saber que el mall, la tienda, la marca no nos discrimina, pues podemos comprar, tener, sin ser diferentes, es cuando más complejo se nos hace confiar en lo público, cuando más difícil se nos hace participar en lo público.
No es una tarea fácil, estamos de acuerdo en eso, pero es necesario hacerlo, necesitamos volver a confiar en el otro, en el país, en las instituciones. Y apropiarnos de ellas.
Así como los colipatos de abril del 73,  hay que volver a creer.  Creer en la posibilidad de tomarse no solo la calle en la marcha, sino que los espacios de poder, ser capaces de crear discursos desde la diversidad sexual en los espacios en los que nunca se han instalado, hablar desde lo diverso en el consejo del movimiento o del partido político, crear la suficiente fuerza que impulse tener representantes lesbianas en el congreso,  tener diputados gay y, porque no, senadores y senadoras trans.
No es tomarse el poder en revancha por años de exclusión, sino que con la firme convicción de que para mejorar las condiciones de vida de nuestras compañeras y compañeros de la diversidad sexual, es necesario ingresar en todos los espacios donde nos sea posible visibilizar y transversalizar nuestras demandas: ingresar en los sindicatos para incluir en las demandas de los trabajadores y trabajadoras la realidad de la discriminación en el trabajo, impulsar un educación laica y no sexista en la reforma educacional a través de la participación en federaciones y centros de alumnos y alumnas, impulsar medidas que  mejoren el acceso a los derechos igualitarios desde el interior de los partidos políticos. Necesitamos transformar desde dentro las instituciones que tradicionalmente no han considerado la variable de la diversidad sexual en su sentido de militancia o de pertenencia.  Somos nosotros,  quienes tenemos el rol de sacudirnos la herencia de la dictadura y perder el miedo de participar, de opinar y de visibilizar en la mayor cantidad de espacios posibles, que existimos, que tenemos opinión sobre cómo queremos construir un mejor país.
Ya estamos en la calle, ya estamos en el target de mercado, ya es políticamente incorrecto llamar colipatos a los gays, pero el sistema político sigue manejado por los mismos de siempre. Y son ellos los que deciden día a día sobre nuestras vidas.
Es imperioso que nuestros representantes sean también la muestra de la diversidad que tenemos como país, ser capaces de crear, de mover, e incluso sacudir el espacio político y mostrar, con orgullo de arcoíris, que Chile es diverso. Y eso es un valor, no un problema.
Rolando Suárez Sandoval
Frente de Diversidad Sexual de Revolución Democrática
 
 
 

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