¿Feminismo o agenda de género?

A este paso, la brecha de igualdad de género en el mundo se cerrará dentro de 100 años. Este fue el diagnóstico del Fondo Económico Mundial publicado en noviembre de 2017. Y si llevamos el análisis al indicador sobre “empoderamiento político”,  el plazo prácticamente se triplica.
Ante tan desolador escenario, cabe preguntarse: ¿Estamos haciendo suficiente? ¿Podemos hacer más?
Si bien se ha avanzado en estas materias, claro está que se requiere de mayor esfuerzo y un cambio en la forma en la que se enfrenta el problema. Hasta hoy, se ha utilizado el enfoque o perspectiva de género como herramienta para hacerse cargo de las brechas pero no se ha avanzado en la deconstrucción de la estructura opresora.
Cuando hablamos de feminismo, debemos atender que este se trata de una teoría política, de un movimiento social y de una forma de vivir la vida individualmente.
La teoría política feminista, reviste una definición ideológica y un análisis sobre la forma en que la política -entendida como lógicas de poder- está presente en nuestras vidas cotidianas, y cuál es el lugar que el Estado debe tener en la corrección de las desigualdades de género. Todo esto, se logra entendiendo y deconstruyendo las lógicas de jerarquía, poder y competencia; y definiendo la igualdad, equidad y justicia en su sentido más profundo.
Por su parte, la perspectiva de género es una categoría analítica que  busca examinar el impacto del género en las oportunidades de las personas, sus roles sociales y las interacciones que llevan a cabo. Ella reúne metodologías y mecanismos que pretenden desnaturalizar, desde el punto de vista teórico y desde las intervenciones sociales, el carácter jerárquico atribuido a la relación entre los géneros y mostrar que los modelos binarios -así como la idea de heterosexualidad obligatoria- son construcciones sociales que establecen formas de interrelación y especifican lo que cada persona, debe y puede hacer, de acuerdo al lugar que la sociedad atribuye a su género.
Como vemos, la primera de ellas hace una reflexión estructural y elabora hipótesis, paradigmas y normativas propias para enfrentar la realidad y modificarla de raíz, haciéndose cargo de la necesidad de combatir la segregación y segmentación que caracteriza las organizaciones sociales; mientras que la segunda, asume la estructura y busca formas correctivas de incorporar en ella “apéndices” que tiendan a cambiar el curso hegemónico y a lo menos, disminuir los sesgos de género.
En el camino hacia las definiciones ideológicas, cabe entonces preguntarse, ¿De qué lado del análisis queremos estar?
Si bien no son enfoques esencialmente contradictorios, lo cierto es que la primera supera por mucho, el modesto avance que significa la segunda alternativa. Esta, podría ser perfectamente parte de la estrategia feminista, pero esta lejos de ser el abordaje suficiente para hacernos cargo del asunto ya.
Mediante esta reflexión, quisiera hacer un llamado a optar por los cambios estructurales, y a acoger el feminismo como una ideología, que logre ser entramada en nuestro funcionamiento y también en el paradigma sociocultural que decidamos proponer para Chile. Pues, cuando entendemos el feminismo desde ese lugar, no sólo nos hacemos cargo de desnaturalizar las desigualdades en atención al género, sino que abordar todas las desigualdades e inequidades que hoy imperan en atención al modelo hegemónico de hombre, heterosexual, blanco, de clase alta, profesional, sin ninguna clase de discapacidad.
En el corto camino de vida de Revolución Democrática, se ha ido cimentando un feminismo en construcción, que no puede quedar de lado dentro de este proceso reflexivo. Para esto, se vuelve urgente que dejemos de entender el feminismo como una agenda, sino que lo incorporemos como un ideario que va mucho más allá que la lucha por la legalización del aborto o la erradicación de la violencia. El feminismo se manifiesta en cada espacio de militancia, en el cuestionamiento a los privilegios, en la renuncia a los mismos, en la no reproducción de roles de género, en la omisión de comentarios sexistas y hasta en los horarios de las reuniones.
Para que Revolución Democrática pueda decirse con propiedad, ser un partido feminista deberá entonces iniciar un proceso de formación sobre su milancia, dirigentes y representantes. A su vez, hacer un análisis acabado de su orgánica y reestructurar todos aquellos espacios que replican hacia la interna las dinámicas patriarcales propias de la sociedad, y que en un espacio institucional, se encuentran especialmente exacerbadas.
Hoy por hoy, el trabajo colectivo, la construcción colaborativa y el desarrollo de las lógicas comunitarias, se vuelven herramientas esenciales en el camino por superar el punto en el que todas las izquierdas han fracasado: saber encontrarse en las causas comunes, por sobre las diferencias que les separen. De esto, la teoría política feminista tiene mucho que decir y nosotros, como partido de izquierda en pleno siglo XXI, mucho que aprender.
Francisca Millán, abogada en DDHH y Género, Militante Frente de Género de Revolución Democrática.

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