Un patriotismo bien entendido

Rodrigo Vargas. Matemático, miembro activo de Revolución Democrática, Talca

Cualquiera sabe que cuando se trabaja por construir y mantener buenas relaciones con los vecinos, se está velando de la mejor manera por los legítimos intereses propios. Pero frente a cosas como la demanda de Perú ante La Haya, nuestro país, embrutecido por un patriotismo simplón, repite “soberanía,” “ejército jamás vencido” y “tratados intocables,” mientras parece incapaz de ver con tranquilidad y sabiduría qué oportunidades tiene y qué es lo que más conviene a todo el mundo.

Recordemos que la animosidad de Perú y Bolivia contra nuestro país se remonta a la Guerra del Pacífico, lamentable conflicto que todavía no somos capaces de superar. Una guerra no es algo de lo cual enorgullecerse, menos aún cuando su causa fue la expropiación de bienes de una compañía privada. ¿Es que proteger la inversión de la Compañía de Salitres de Antofagasta hasta las últimas consecuencias fue velar por los intereses de todos los chilenos? Cuando a la fuerza no la acompaña la razón, como es el caso de una respuesta tan desproporcionada y cuyas consecuencias (acceso soberano de Bolivia al mar) aún no se corrigen, tarde o temprano habrá un precio que pagar. Hace tan sólo unos años, cuando las reservas de gas boliviano pudieron canalizarse por Chile con el beneficio mutuo (en un contexto de escasez energética creciente para nosotros), el resentimiento natural que ha causado nuestra falta de visión para resolver ese problema nos hizo perder a todos. ¿Hasta cuándo seguirá siendo Chile una traba para la integración regional?

Pero no es sólo Chile la traba para la integración regional: Perú ha obstaculizado sistemáticamente la solución del problema del mar para Bolivia, en la obstinada esperanza de recuperar algo del territorio perdido. ¿No era, acaso, ésta una oportunidad perfecta para zanjar todos los temas de una vez? Imaginemos por un instante que Chile proponía un corredor para Bolivia, pasando a pertenecerle a ésta toda la franja de mar en disputa. En el peor de los casos (rechazo de la propuesta), de estar bajo amenaza de aislación en la región habríamos ganado un aliado; en el mejor, habríamos resuelto definitivamente la última traba para la integración en beneficio común de Chile, Bolivia y Perú.

Sin embargo, nuestra clase política es incapaz de ver en todo esto algo más que una oportunidad de desviar la atención de sus graves problemas de representatividad, apelando, como de costumbre, al patriotismo simplón y dañino habitual. Allamand, el candidato presidencial que se jactó de estar por un debate de ideas que se ponen por delante en lugar de esconderse, y donde se hable de proyecto de país en lugar de atributos personales, no fue capaz de presentar ninguna idea mejor que… ¡Preparar nuestra fuerza militar! ¿Es la amenaza de guerra un buen proyecto de país, en tiempos de crisis económica y escasez energética que exigen más y mejor integración regional?

Así,  Perú y Chile se enfrascan en una trifulca menor sin ninguna altura de miras, mientras juntos negocian, a escondidas de sus respectivas sociedades, el Acuerdo Trans-Pacífico (TPP, por Trans-Pacific Partnership) con EEUU, Canadá, México, Singapur, Australia, Nueva Zelanda, Vietnam, Malasia y Brunei. Afortunadamente, los capítulos del borrador de dicho acuerdo concernientes a protección de propiedad intelectual e inversiones se han filtrado; desafortunadamente, como es habitual con este tipo de tratados, el contenido no es precisamente satisfactorio. ¿Es que proteger la propiedad intelectual hasta el extremo de dañar el dinamismo económico y el bien público es velar por los intereses de todos los chilenos? Recordemos la diferencia de precio entre un medicamento genérico y uno de marca, posible gracias a la violación de las patentes con que corporaciones como Beyer o Merck protegen sus productos. Podemos preguntar también: ¿Es que proteger las inversiones hasta el punto de poner en riesgo nuestro ecosistema y nuestra soberanía es velar por los intereses de todos los chilenos? Supongamos, por ejemplo, que finalmente nuestros políticos comprenden que todo el oro del mundo no sirve de nada cuando no se tiene agua limpia para beber y cultivar la tierra, y se corrige lo que está siendo mal hecho en Pascua Lama. Tratados como el TPP podrían permitir, en tal caso, que Barrick Gold interponga demandas millonarias contra nuestro estado.

Esta es la situación en que nos tiene secuestrados el patriotismo, por no ir acompañado de reflexión e ideas. Y mientras nuestros políticos se llenan la boca de discursos patrioteros, no ven ninguna amenaza a nuestra soberanía en que EEUU construya la base militar Fuerte Aguayo en Concón, para “apoyar la capacitación de personal encargado de ejecutar operaciones de mantención de la paz o de estabilidad civil.” Necesitamos urgentemente revisar nuestra noción de patriotismo. Pero no sólo eso: necesitamos permanecer atentos a las implicancias éticas y prácticas de las ideas que se irán planteando en una campaña presidencial que pretende venir con la promesa de un debate honesto de ideas. Ojalá así sea.

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